9/3/09

de lo que es, no es y a quien le importe

Érase una vez una ciudad estado en la que nunca todos se ponían de acuerdo en si debía crecer o no crecer y en la que se mezclaban los golpes de pecho con las zancadillas absurdas para que ciertos personajes perpetuaran su papel. Un hombre y una mujer decidieron casarse y lo solicitaron al Rey.
No obstante, tres ariscos cortesanos, dos de ellos hombres y una mujer, que no soportaban los cambios de estado por desafiar sus monopolios, representar sus esperanzas no cumplidas o no quedarse solos por no opinar presentaron su descontento ante la más alta institución.
- Y que sabiendo que ella no era virgen, que de blanco inmaculado no se podía casar…
- Y que como nosotros vendemos los colores, y sabiendo que son pobres, no los podrán comprar…
- Y como la razón nos la damos nosotros, con sólo hablar a gritos no hará falta argumentar…
Ante el Consejo de Sabios gritaron su cometido dándole fuerza con rimbombantes risotadas, manidos chistes facilones y algún que otro soez gesto lascivo. Increíble parecíale al novio sentado en su banco. Irritante, inapropiado, absurdo, estúpido, ofensivo.
Dictó sentencia el tribunal. Cogió un trozo de carbón y después de esquivar la trama con cada mancha que le hacia al inmaculado blanco vestido allí mismo los casó. Ecuánime con los cortesanos evitándoles padecer los disgustos de tan contradictorio estupor arráncole de a uno ojos, lengua y oídos.
Cuentan que la pareja anda fornicando por doquier y haciendo de cada lecho un paraíso. También cuentan que los cortesanos siguen viviendo sentados en círculo, arrancándose unos a otros las garrapatas de la espalda y gritando que son de gustoso comer. Te llaman tonto y se ríen a carcajadas si no aceptas su pitanza y gritan mientras tragan que cualquier día ese Consejo acabará partiendo en dos a un niño.

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