11/7/09

¿Qué pensarán las cabras?

Ella sólo era una cabra. Rumiaba largas horas el regustillo fresco que le dejaban las briznas de hierba más frescas que en los riscos más recónditos encontraba. Su vida se repartía entre la adrenalina de la temeridad suicida de alcanzar aquellos riscos, donde las mejores briznas se encontraban, y la profunda meditación que el pasto en esas vicisitudes le otorgaba. Siempre la última rumia se llevaba a cabo con nostalgia:

- Y ahora que se acaba… ¿Qué sucedería si no vuelvo a encontrar motivo para trepar tan arriba? ¿Y si no encuentro pastos para saborear a mis anchas?

Y comió del llano…

A veces, ante la extraña sensación de sentirse saciada, echaba de menos rumiar, pero al hacerlo la saliva le resultaba amarga. Imaginaba que pronto volviera a crecer la hierba en los riscos, pero detestaba intentarlo para comprobar que así no era y sentir como que fallaba:

- Hoy tampoco hay briznas... ¡Qué maldita saliva tan espesa y amarga!

No se sabe bien con claridad si es cierto que la cabra emigró a una suntuosa granja. Si entretiene a los caballos, dialoga con los cerdos y entrebrinca con las vacas. Pero si fuera cierto lo que narran, narran que se la pasa mirando a través de la verja, tratando de calmar su corazón, acompasando sus latidos y frenando las arritmias, mientras destila la hiel de aquella saliva pastosa que la tiene atragantada.