Fue un encuentro casual, de aquellos que se producen cada cierto tiempo. De los que no llaman mucho a la sorpresa, callejeando, como de costumbre, en la proximidad del barrio de alguno de los dos. Él con su vida y yo con la mía, pero con el nexo común de haber surgido del mismo sitio, de haber albergado los mismos sueños y de haber contribuido a construirlos, sentados en un banco, con una cerveza entre los pies.
En cada uno de esos encuentros casuales siempre te mirabas de frente, buscando de soslayo en los ojos del otro cuán lejos o cerca de aquellos sueños se encontraba en cada vez.
- No me digas que ha vuelto a pasar.
- Sí.
- ¿Pero es que no recuerdas lo que sucedió la última vez?
- Pero esta vez no volverá a ocurrir.
- ¿Y cómo lo sabes? ¡Dime! ¿Cómo lo sabes?
- Matamos a Alicia el lunes.
Se me hizo un silencio…
- No quiero saber más. ¡No me cuentes más!
Bajamos ambos la cabeza y lo acompañé a su casa porque me pillaba de camino. Iba como flotando, me llené de emociones y permití que me asaltaran de una en una, o de a todas a la vez, hasta el punto que la ciudad desapareció bajo mis pies para convertirse en la que era tiempo atrás, cuando todos andábamos juntos y cuando Alicia compartía con todos.
Ya no habrá más Reinas de Corazones ni barajas marcadas. Ya no habrá más hongos mágicos ni conejos blancos que perseguir. Ya nunca tendrán más a un gato a rayas transparentes que les provoque a decir lo que no quieren decir.
Yo hace tiempo que no quería ver a Alicia. Pero era bueno saber que andaba por allí.
5/6/12
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